Adri Humo (@humocefalo)

Lecturas: No seas tú mismo (3)

Esta es la tercera parte de mis apuntes sobre "No seas tú mismo: apuntes sobre una generación fatigada". El resto están en el blog. Al final del post encontrarás un link a la siguiente y anterior parte.


Detox digital, conservadurismo y condiciones materiales

En torno a la tecnología, en especial internet, da vueltas constantemente un concepto: adicción. Han proliferado como hongos miles de vídeos, artículos y libros de autoayuda que se enfocan en tu adicción al móvil y en cómo puedes superarla; hay hasta centros de desintoxicación (los primeros en China). Todo el foco del debate recae sobre el consumidor, «convirtiendo su día a día en una escuela de voluntad». Además, el discurso del detox digital no tiene otro fin que el de reinsertarte en la productividad cuando tu adicción es demasiado improductiva: en lugar de usar el móvil deberías leer libros para mejorar tu inglés, aprender a tocar el piano, ir al gimnasio, meditar... Cada actividad, a priori beneficiosa, propuesta con la idea de mejorar tu potencial productividad.
[¿Cómo tener un ocio disfrutable y no directamente enfocado a producir, aunque producir pudiera ser a veces la consecuencia (como yo escribiendo estos apuntes)?]

«Al centrar toda la atención sobre la voluntad personal e individual, la idea de la adicción termina desdibujando las causas de la fatiga y el malestar tecnológicos, aislando la ansiedad y anulando cualquier posibilidad de una respuesta colectiva y organizada»

«¿Realmente soy yo quien debe borrarse las redes? ¿No sería mejor abandonar el paradigma del centro de rehabilitación —como prisión militarizada o como retiro espiritual— y empezar a pensar en sindicatos, movimientos sociales e intervenciones ciudadanas sobre el entramado empresarial y tecnológico que nos agota hasta la extenuación? ¿No deberíamos estar hablando de expropiar estas empresas y colectivizar el software que las sustenta

Apoyarnos en la metáfora de la adicción es peligroso porque elimina la necesidad de abordar el problema de forma comunitaria y privatiza el malestar, puesto que responsabiliza constantemente al individuo y su voluntad, condenándolo a trabajar en perfeccionarse a sí mismo constantemente.

Las propias empresas tecnológicas nos venden también el remedio, se preocupan por nuestra adicción a sus dispositivos/entorno y nos ofrecen herramientas de control: tiempo de uso del móvil, avisos sobre el tiempo de uso y recordatorios de descanso en Instagram, TikTok o Youtube... Pero usar estas herramientas solo nos devuelve al circuito productivo, nos ayuda a mantener la adicción en el punto de equilibrio justo para no dejar de ser funcionales para el sistema capitalista. Nos encauzan a ser la mezcla perfecta entre productor y consumidor.
Aparte, la adicción digital es, como comenta el autor, un género de noticia viral en sí mismo, paradójicamente. Es una cara muy desafortunada del sobreanálisis que tanto nos gusta hacer, la cara que no nos conduce a ningún sitio, solo a dar vueltas. Bueno, más que el sobreanálisis, quizás aquí tenga más sentido lo que dice Espluga: se da una patologización constante de nuestra conducta, en este caso en los usos que hacemos de la tecnología, hasta tal punto que se ha creado toda una serie de conceptos o enfermedades principalmente mediáticas y, casualmente, siempre mencionadas al lado de palabras como "generación millenial". Estas patologías son el FOMO, el text neck, nomofobia, ansiedad digital, efecto Google... Como siempre, se viste de novedad algo que siempre ha estado ahí, una serie de conductas que, sí, son comprensibles desde el conductismo sin sacarse ningún título en informática o robótica. Esta aura de novedad, de dolencia que se da en un marco radicalmente único, emborrona las posibilidades de emancipación y crítica que contemplamos. Y no solo eso se interpone a nuestra lucidez, sino que viene acompañado de una retórica culpabilizante: esta generación tiene que modular su relación con la tecnología para estar sana, resistir la tentación si no quieren acabar con text neck, dedos planos o ceguera (parecen maldiciones bíblicas).

Me parece muy guay esto que cita Espluga de Judy Wajcman acerca del conservadurismo nostálgico:

«Resistirse a la innovación tecnológica y abogar por la desaceleración o por una desintoxicación digital es una respuesta intelectual y política inadecuada. De hecho, volver la vista atrás a un idealizado tiempo más lento y llorar su desaparición ha sido durante mucho tiempo dominio exclusivo de la teoría política conservadora. Irónicamente, hoy [...] las tentativas más virulentas de ralentizar las cosas adoptan la forma de un fundamentalismo nacional y religioso.»

Más adelante, Espluga añade:

«El puritanismo digital no tiene nada de contracultural ni se opone a un discurso hegemónico omnipotente que esté todo el día alabando las virtudes de la tecnología digital»

Los movimientos detox, que apuestan por una especie de purificación de los hábitos para con lo digital, «conforman una constelación de discursos que se apoderan del debate público, promocionando una expresión discreta de la racionalidad productivista neoliberal»
Mi pregunta es: ¿Qué podemos hacer concretamente?
Aunque aún no he pensado sobre ello, más allá de una vaga idea de colectividad y compromiso político, hay algo mencionado en el libro me parece clave: en realidad somos más adictos a la mitología neoliberal del empresario de sí que a los chutes de dopamina digitales. Creo que hay mucha verdad en esto. Es más, creo que gran parte de la adicción a ciertos chutes dopamínicos digitales tiene más que ver con el refuerzo de esta retórica que con el hecho en sí de recibir una notificación X (que podría no ser problemático per se). Así que coincido con el autor en que quizás sea más importante derribar esta ideología de ser tu propio jefe, online y offline.
Es más, no existe tal separación entre lo digital y lo físico. El posicionamiento (ético) debe ser materialista, pues toda tecnología digital, nube, red, etc., es fundamentalmente física y por tanto afecta a nuestro entorno, recursos, cuerpos... y depende de ello. Por ejemplo en el Congo está la explotación de mineros para extraer coltán, que se usa para fabricar dispositivos portátiles. La fabricación de estos dispositivos depende del mercado ilegal de minerales.

En cuanto al debate de si los móviles/dispositivos son bueno o malos, si son o no el problema, Espluga pone el ejemplo del ludismo: los luditas, dirigidos por el "capitán Ned Ludd", se organizaban para destruir las máquinas (telares mecánicos) con las que les forzaban a trabajar para aumentar la producción de forma desmedida, bajo el ideal de la competencia, el rendimiento y el crecimiento ilimitado capitalismo. No las destruían porque las máquinas fuesen problemáticas en sí (por qué algo que te ayuda debería serlo), sino por el sistema que las imaginaba, las construía y disponía con unos fines muy claros: producir más y más, explotar más y más. En realidad las máquinas que ayuden a la eficiencia tendrían que tener como objetivo librarnos de parte de la carga del trabajo, no aumentarla. Habría que producir lo necesario y, si tenemos la capacidad de producir muchísimo más, usar ese extra de eficiencia para que los trabajadores descansen, por ejemplo. Lo importante de este ejemplo es que la revuelta de los luditas era anticapitalista antes que antitecnológica.

Dicho todo esto, podemos llegar a la conclusión de que no es una cuestión de aceptar o no la desconexión digital o apuntarnos o no a un curso de mindfulness, sino de «cuestionar la racionalidad cultural que determina la existencia misma de tales plataformas». Por ejemplo podemos hablar de que el mindfulness se promueve también a nivel institucional y, en el circuito cerrado del capital, solo tiene la función de hacernos estar frescos para poder producir de nuevo, hasta que volvamos a necesitar mindfulness de nuevo.
En mi caso, muchas veces me desinstalo redes sociales para no tener acceso al porno, al que a veces me veo arrastrado cuando tengo malestar o fatiga –cumpliendo también una función de refresco, de puesta a punto o reinicio–, en lugar de cuestionar la forma en que afronto el problema, la forma en que lo puedo neutralizar con un equilibrio positivo, la manera en que puedo ser acompañado en el proceso de dejar de maltratar mi sexualidad con el látigo de la culpa. Recientemente me he dado cuenta de que, tras el conflicto emocional de caer otra vez en las garras del porno, tener apps de redes sociales instaladas o no no es lo determinante. Lo determinante es cómo afronto el salir de esas emociones, qué importancia le doy al desliz, qué cosas importantes para mí le dan sentido a mi día a día, con qué alimento mi espíritu, qué estructura de fondo mi vida. Todo ello puede ser un contrapeso positivo suficiente para que el no consumo de pornografía no sea una prohibición, sino una decisión consciente, sincera y arraigada a mis convicciones sobre lo que me parece una vida mejor posible y un posicionamiento honesto, indisociado.

El Comité Invisible, frente a estos problemas, recupera la figura del hacker desde una perspectiva materialista: aquel que concibe internet como una extensión de la realidad física, de manera que se proyecta fuera de las pantallas y hace más fácil imaginar intervenciones.

A modo de conclusión general de este apartado pondré, igual que el autor, un concepto de Jenny Odell: refusal-in-place, es decir, un rechazo sin retiro, una confrontación sin desconexión.


Lecturas: No seas tú mismo (2) / Lecturas: No seas tú mismo (4)

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