Esta es la primera parte de mis apuntes sobre "No seas tú mismo: apuntes sobre una generación fatigada". El resto están en el blog. Al final del post encontrarás un link a la siguiente parte.
Lo millenial y el trabajo
Me han interesado las preguntas que plantea el autor al final de la introducción, es importante encontrar una respuesta o, al menos, una dirección:
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¿Se puede organizar políticamente la indisposición, el no-hacer, sin acabar repitiendo un discurso nihilista que niegue la futuridad?
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¿Puede esta negatividad sustraerse del ciclo capitalista de destrucción creativa o está condenada a servir como lubricante del sistema?
Lo millenial no es etario, generacional, sino que el concepto es un enunciado performativo, una categoría prescriptiva que sesga por completo la mirada particular que se pueda tener realmente hacia los miembros (a cada uno de ellos) de una generación o una época. De esta manera, realidades que nos atraviesan diferente según nuestro lugar social (raza, lugar geográfico, clase, género, divergencia...) son silenciadas y aplastadas por el término millenial como narrativa que iguala violentamente los relatos particulares en un relato colectivo susceptible de éxito mediático, tanto desde la crítica conservadora como del apoyo progresista (que muchas veces es conservadurismo revestido de progreso tecnológico y desarrollo personal): este último pretende vender la idea de que toda "dificultad" –es decir, todo problema causado por desigualdades estructurales y la violencia del capital– es en realidad una oportunidad para emprender, de lo que deriva en parte el discurso de la búsqueda constante de crecimiento personal, tanto en la vida laboral como en la personal, como aumento de nuestro capital potencial. Me gusta como el autor define "lo generacional":
Dispositivo social que orienta la mirada, los gestos, las conductas, los pensamientos y la imaginación a través de una red de discursos institucionalizados.
Define, también, el concepto millenial de la siguiente manera:
Conjunto de estrategias narrativas que nos permiten relacionarnos con nuestra condición socioeconómica; unas narrativas que determinan tanto nuestra capacidad para actuar como el tipo de actuaciones que consideramos posibles..
Las críticas al capitalismo defienden igualmente la importancia del trabajo como algo intrínsecamente humano. Yo pienso que naturalizar esto es muy peligroso, ya que el concepto de trabajo nunca está desligado de sus significados históricos y de su mecanismo y organización material impuesta desde el poder. Me parece natural el hacer, no el trabajar, por tanto hay que adaptar el sistema al hacer y no al revés.
Al respecto de la defensa del trabajo, Espluga contrasta el pensamiento de dos filósofos alemanes: Jünger y Arendt.
El primero tiene una visión metafísica y heroica del trabajador, al que considera una fuerza superior a cualquier estructura y en cuyo poder radica el destino de su nación. Un poco nazi este rollo.
Para Arendt el humano ha pasado de ser animal laborans a ser homo faber, es decir, ha pasado del hacer que se agota al realizarse (un hacer vital, necesario) al hacer guiado por la razón instrumental en un contexto de mercado. Pero, según ella, en el contexto capitalista el homo faber ya no tiene sentido, sino que se ha vuelto a una especie de animal laborans, en el sentido de que la frontera entre lo público y lo privado se ha difuminada y el trabajo está estrechamente ligado a la reproducción, como el hacer de antes. La diferencia es que ahora el contexto es capitalista y se maximiza (o sea, se explota) esta dinámica del hacer vital. El capitalismo se cuela en nuestra misma vida, nos fuerza a identificarnos con el trabajo, a aceptarnos como herramientas y engranajes. –no en un sentido comunal y utópico, más bien al contrario: engranajes que mueven el sistema bajo la ilusión individualista de moverse solo a sí mismos hacia sus intereses–.
La alienación del trabajador ya no puede entenderse, en el contexto neoliberal occidental actual, como el disciplinamiento de los cuerpos y tiempos, sino también como la movilización del amor hacia el trabajo.
¿Cómo definir el neoliberalismo?
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Traducción institucional de la tesis sobre el libre mercado
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Intento de moldear toda organización social –individual o colectiva– bajo la forma-empresa, es decir, el ajuste de todo atributo personal a la retórica administrativa (gestión emocional, organizarse la semana...) y productivista, de forma que se confunde la propia experiencia del mundo con la gestión corporativa del yo.
Uno de los ejemplos más horribles de la forma-empresa forzosa es el de los riders. No tienen un contrato, son autónomos, de forma que el reparto se dibuja como una especie de juego competitivo en el que eres libre, todo depende de tus méritos, de tu implicación ("si no lo haces es porque no quieres"). Tienes que ser eficiente para poder subir de nivel y tener acceso a mejores horarios, es decir, las horas en las que hay más pedidos. Así que compites para trabajar más y más.
Además en este trabajo no hay una mera cuestión de eficiencia mecánica (recoger-repartir a tiempo), sino que también hay una implicación personal en el feedback emocional del momento del reparto (que depende más de los prejuicios del cliente que del repartidor): el cliente le da una puntuación según si le ha parecido agradable o no. Esto no dependería solo de la actitud del rider, sino de la subjetividad de quien le abre la puerta y, en concreto, de sus prejuicios. (Siempre hay que poner 5 estrellas, por favor).
Todo esto con analítica de datos de por medio, de forma que, a través de los sensores del móvil y de la app que usan los repartidores, se les hace un seguimiento puesto en relación con el feedback del cliente. Es una vigilancia constante de su productividad y eficacia (que no eficiencia)
Esta cuestión del trabajador agradable y feliz (vigilada por el flow designer, qué vergüenza de puesto laboral) yo la he podido ver trabajando en una empresa durante las prácticas de un curso: F., el que era mi jefe y supervisor de las prácticas, todas las semanas me decía "sonríe", o bien hacía el gesto subiéndose las comisuras con los índices. Qué horror. Parece que las emociones son ese umbral de impotencia del capitalismo, ese ser libre que no podrá dominar jamás con sus triquiñuelas y ya no le queda otra que salir de su propio juego y explicitarlo: "sonríe". Nuestras emociones no son vuestras.