Adri Humo (@humocefalo)

Pasear a voluntad

Una pantalla anaranjada y el crujir de unos pasos. Al menos le queda la calidez de sus paseos matutinos. Pedro respira profundo y siente su pecho y cuello destensarse. Durante el instante de oxigenación parece que todo ha estado siempre en su lugar.

–¡Mira por dónde vas, joder! –exclama una voz que se aleja.

Pedro abre los ojos y el naranja pasa a un azul cegador. Aturdido, trata de incorporarse. A lo lejos distingue una mancha fosforita que es, intuye, un ciclista. El escozor que empieza a manifestarse en su costado le lleva a intuir también que el ciclista le ha golpeado. Siempre tan perdido en sus pensamientos.

Ya erguido, Pedro agita la cabeza para sacudirse la situación de encima, vuelve a tomar aire y reanuda su paseo. Siguiendo las indicaciones de su psicóloga, intenta concentrarse en las sensaciones que le produce el entorno y nombrarlas. Observa sobre la tierra las manchas de luz que caen de entre las copas de los pinos, se deja envolver por el viento y, cerrando los ojos durante varios segundos, aprecia los movimientos del follaje y distingue el canto lejano de unos gorriones.

«Libertad, compañía, orden…».

Algo irrumpe en su trance. Un rugido lejano, pero fuerte. Un motor. Su cuello se endurece y una desagradable frustración asciende por él.

«Malditas autovías. Ya no queda ni un puto lugar tranquilo».

No le apetece hacer la comida, pero tampoco tiene demasiada hambre. Prefiere tumbarse un rato y descansar. Necesita descansar más, igual que ayer y que anteayer. Igual que los últimos dos meses. Quizás cuatro. Desde el sillón estira el brazo para alcanzar su móvil, lo desbloquea y empieza a teclear.

«Hola, María. Pues hoy simplemente he salido a dar una vuelta e intentar hacer lo que te conté de la psicóloga, eso de concentrarme en el entorno. Pero no sé, no me convence. Hoy por un momento me he sentido conectado al sonido de los árboles, los pajaritos y ese tipo de cosas, pero siempre hay ruidos que me desconcentran. Además, no siempre tengo tiempo para pasear, así que por mucho que funcione… De todas formas te agradezco que preguntes, me sienta bien contártelo».

Bloquea el móvil, lo devuelve a la mesa y alcanza el mando de la televisión. Va a pulsar el botón de encendido cuando el móvil vibra. Y vibra otra vez. Y otra. Inmediatamente apoya el mando en el sofá y consulta las notificaciones. Recorre los nuevos mensajes con la vista y está a punto de entrar en el chat cuando lee el final del último mensaje: «Pero, Pedro, el “entorno” no es solo la calle ni surge por arte de magia cuando paseas. ¡El entorno es TODO!».

Algo nace en un rincón profundo de su pensamiento. No sabe qué es, pero Pedro no puede evitar dejarse guiar por ello para descubrirlo. Sin dejar hueco para la duda, se yergue con rapidez y camina hacia su habitación. Desencaja los cajones de su mesilla de noche y vierte su contenido sobre la cama, mezclándolo con el desorden de prendas y cajas que ya había. Con un ansia desesperada rebusca entre el caos, apartando cachivaches aquí y allá, hasta que da con los dos objetos que perseguía. Con paso agitado se dirige a la cocina, se sienta en un taburete, apoya un folio ajado y un bolígrafo sobre la única mesa despejada de la casa y escribe:

«Me gusta pasear porque solo en el exterior puedo encontrar algo de calma. Como soy una persona dispersa, adoro los breves momentos en que logro concentrarme en algo. Cuando aprecio la belleza en potencia que expresa todo ser y soy capaz de localizarla justo entre mis sentidos y mi razón. Solo me siento pleno en ese instante, al menos cuando no puedo disfrutar de buena compañía. María tiene razón en que el entorno es todo. He pensado que, aunque no pueda estar siempre en un lugar agradable, puedo dedicar ratos a escribir sobre aquellas imágenes que me hacen bien. Puedo evocarlas, llamarlas, recrearme en ellas. Puedo hacerlo cuando quiera. Quizás escribir sea como pasear a voluntad».

Thoughts? Leave a comment