Recoger el lavavajillas es algo que, como cualquier otra tarea de la casa, a veces llama a la pereza y esta se instala en mi cuerpo. Pero, cuando me pongo a hacerlo y me encuentro en medio de la actividad, mi pensamiento se libera de forma controlada y las ideas que se almacenaban desde hace días, o incluso meses, comienzan a dar un paseo tranquilo y circular. Esta vez, recogiendo los platos, he recordado una conversación en mi casa que me molestó y he llegado a conclusiones que me parecen más que relevantes:
En algún momento en mi casa se instaló el amable espíritu del control, uno inocente y revestido de preocupación (en parte lo es y no pasa nada en ese sentido). En nuestros móviles lo que se instaló fue una app de seguridad familiar, una de esas que tienen un mapa en el que puedes ver la ubicación en tiempo real y el itinerario del resto de miembros. Se normalizó con el paso del tiempo y se volvió algo muy cómodo: puedes saber cuándo estás solo en casa y hasta cuándo sin necesidad de preguntar, por ejemplo. A mi parecer, lo que acaba generando una aplicación así es una mayor tendencia al individualismo, al aislamiento y a la in-munidad. 1 ¿Era deseable usar ese mapa para “ahorrarme” preguntar si la casa va a estar libre, qué planes tienen o comunicar los míos? ¿Es deseable elegir el confort de abrir una app en lugar de llamar y, no sé, mantener un diálogo humano y comunicar una presencia?
Hace poco decidí hacer uso de mi libertad individual y eliminarme la app definitivamente. Lo que me empujó a tomar la decisión fue la toma de conciencia de mi privacidad en internet, la importancia de la información que aportamos nos roban para especular con ella, ofreciéndonos a cambio comodidades que en realidad no lo son: suelen ser features que nos llevan a usar más sus servicios y por tanto a aportar más información. Comodidades que están muy lejos de aportar un valor real a la vida, a nuestras vidas humanas y sensibles. Un mecanismo similar se dio en el caso de Nano, el chaval aplaudido en las noticias por tener dos trabajos y al que, considerándolo más un héroe que una víctima del capitalismo, un empresario le recompensó con un coche (puras migajas) en lugar de darle un solo trabajo con buenas condiciones.
Como iba diciendo, me quité la app. Esto llevó a una conversación durante la comida en la que mis padres me preguntaron por qué lo había hecho, con lo útil que era y la seguridad que nos aportaba. Yo me tensé y, por supuesto, intenté hablar de privacidad, de que no quiero que una empresa me esté monitorizando y que ellos no tienen por qué espiarme. Las respuestas a esto fueron dos:
La primera, por parte de mi madre, incidía en la preocupación y en el “tampoco es para tanto”. Ante mi “no quiero que me espiéis” ella respondía con un “no te espío, solo curioseo y/o miro dónde estás” y con "así, si te pasa algo, sabemos dónde te encuentras. Si sabemos dónde estás, nos quedamos más tranquilos”. Al respecto me pregunto qué diferencia hay entre espiarme y mirar dónde estoy en tiempo real una vez he dicho que no me gusta. 2 También me pregunto qué tiene de útil saber exactamente dónde estoy si me pasa algo. En los casos más graves, de nada me ayudaría que sepan dónde estoy, y, de todas formas, ¿acaso no hay más personas que me auxiliarían? ¿acaso no existe una cosa llamada amigos, personas, comunidad y humanidad? La seguridad trasciende completamente el control, va más allá y tiene que ver con nuestras herramientas, el entorno, las personas de las que nos rodeamos… Los cuidados están más cerca de estar en contacto que de ver un puntito en un mapa, que llegado a cierto punto se parece más a entrar a scrollear, por hacer algo, que a una preocupación conectada con la realidad. Un mapa nunca va a ser mejor que comunicar la preocupación para establecer unos acuerdos y, en consecuencia, unos cuidados. Es una cuestión de educar, cosa que cada vez recae más en las empresas y sus tecnologías que prometen ser “innovadoras” y “facilitadoras”. ¿Estas promesas no se parecen mucho a la teletienda? Que la sofisticación del marketing no nos engañe.
Mi conclusión no puede ser otra que la siguiente: La privacidad es un derecho básico y esto implica no sobrepasar los límites que alguien ha puesto. La libertad de no dar consentimiento para acceder a una información personal es completamente legítima. El caso de la localización, en términos de consentimiento, no debe considerarse diferente de, por ejemplo, no querer que alguien lea un diario personal o los mensajes de un chat privado. Y además quiero decir que: a pesar de que en mi casa se haya instalado esto como normal y moderno, ninguno de mis amigos lo ve normal ni moderno. ¡Y ninguno de ellos tiene nada parecido! Por supuesto que no es no debe ser normal.
La segunda respuesta, por parte de mi padre, entraba más en el debate sobre la privacidad, las empresas y el robo de información. Él venía a decir que no sirve de mucho que yo me posicione así e intente perseguir una vida con más privacidad, que esto no cambiará nada, puesto que las empresas ya tienen información mía (y de todos) de sobra. Que además no debe preocuparme porque está anonimizada, nadie me espía a mí en concreto. 3 Que de nada sirve, por ejemplo, desactivar la localización de mi móvil, puesto que existen sistemas para activarla, por ejemplo la policía puede hacerlo, y encontrarme. Respecto a esto último me surge una idea: si la policía puede hacer eso, ya se ha resuelto el problema de cómo encontrarme si me pasa algo. De todas formas lo que debería ser preocupante no es que no importe desactivar o no la ubicación porque externamente puede activarse, sino que pueda haber un agente externo que obtenga esa información a pesar de no haber dado mi consentimiento.
Respecto a esta respuesta, mi segunda conclusión, la que ha nacido mientras guardaba platos, vasos y cubiertos, es la siguiente: Por un lado, creo que esa sensanción de anonimidad se acaba extendiendo a la vida concreta, es decir, la concepción de esta información como anónima lleva a unos cuidados anonimizados de cuerpos que son concretos: se sacrifica el contacto con la persona en favor de convertirla en un punto en el mapa, de manera que la preocupación y cuidados hacia ella son impersonales y disociados de su vida singular. De su cuerpo real, que ocupa un espacio real. Por otro lado pienso que tomar una decisión individual, que por si sola no tiene fuerza para luchar contra las empresas o contra todo un sistema, no es inútil. Por varias razones: La primera razón me parece evidente: porque vivir lo menos disociados posible de nuestros principios y posicionamientos teóricos nos dignifica, nos humaniza, da un sentido integral a nuestra vida. La segunda y relacionada con la anterior: porque orientar nuestras acciones a las utopías en las que confiamos, aparte de acercarnos a ellas, nos mantienen orientados hacia ellas. Parece obvio y redundante, pero no lo es. La forma que tenemos de mirar el mundo está íntimamente relacionada con lo que hacemos en él, sin importar la escala en la que actuemos. La tercera y última: los posicionamientos individuales, aunque parezcan insuficientes por sí solos, precisamente nos acercan a otros individuos con posicionamientos afines. Posicionarse y comprometerse implica acercarse a aquellos lugares, círculos, personas… que nos sirvan de referentes, inspiración o compañía. Entonces ya no hablamos de algo individual, hablamos de una comunidad y una acción conjunta. No hay que fiarse de la imagen de fragmentación social que se nos muestra constantemente. El individualismo es consistente sobre el papel pero, observado desde el vivir mismo, la mitad de su cuerpo son grietas y estertores. 4
PD: La privacidad es un derecho, no cabe ninguna duda. Pero no se debe confundir privacidad con esconderse o evitar. Lo que no está bien es obtener información no consentida, pero comunicarse, establecer acuerdos y compartirse dentro de lo que uno siente cómodo, adecuado y bueno, está bien y es lo deseable.
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Aquello que nos protege por aislamiento y negación, en oposición a “co-munidad”, que es el espacio en que nos afectamos, el espacio de los vínculos. ↩
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Aunque no me gustase, seguía con la app instalada porque también hacía un uso interesado de ella, claro, tampoco lo niego. Pero por eso mismo yo he decidido quitármela. ↩
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En este caso la información no parece tan anónima, ¿verdad? La información biométrica no se puede cambiar como una contraseña, sino que nos acompaña siempre porque es nuestro cuerpo mismo. ¿Es tan anónima si nos pudiera representar legalmente (a menos que una ley lo impida)? Nuestra huella dactilar, el iris y la cara son ejemplos de información que ya usamos para desbloquear el móvil, pero también para hacer compras online, acceder a nuestra cuenta bancaria… Información que está almacenada en nuestros dispositivos y probablemente en algún servidor. Información sensible, vulnerable e imposible de modificar. ↩
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En mi caso, preocuparme por la privacidad, entre otras cosas, me ha llevado a usar Mastodon. Y en esta plataforma he encontrado círculos de personas que se preocupan por la privacidad, por el software ético, por la cultura para todos, lo open source… La misma comunidad que uno encuentra está a su vez conectada con otras tantas, es una red gigantesca y potente. ↩